martes, 15 de mayo de 2012

Una caja y nada más... Se vuelve difícil estar en el mismo lugar que ella, algo de negación, algo de tristeza, es que el coraje no cesa: y los recuerdos taladran las heridas nuevas que no miramos; que no sentimos, que no queremos ver. 
Las convulsiones son continuas, y estas malditas lágrimas que no paran, que mojan, que no alivian...
Y vienen a la cabeza mil historias y mil peleas, conversaciones inconclusas: promesas no cumplidas, y el silencio es más que todo, y el tiempo se para. 
Ya no hay marcha atrás; y asustan la incertidumbres, y los gritos, los llantos, los gemidos. Y el deseo por que esto sea un sueño, esto no está pasando; las duras palabras que se tatuaron en la mente, no hay que repetirlas ni si quiera hay que mencionarlas: y lo desconocido de los conocidos, los temores. El maldito café y las estúpidas galletas,  los hipócritas gestos y los rezos absurdos y deprimentes.
Huir corriendo; o arrastrarse si se puede, por que en ese momento no se camina: se flota...
Semanas al parecer, son unas cuantas horas; y la pala cava, los brazos cargan; y las lágrimas parecen interminables; recuerdos que se atesoraban son espadas que destazan, y la tierra cae, y la música suena, ya no somos los mismos, ya no habrá preguntas ni respuestas, ni desayunos ni regaños; ni tejidos ni fiestas... 


A mi abuela Rosa Tapia Moreno


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