El letargo se había hecho ya parte de ella: los días eran
cada vez más largos en su rutinaria vida. A veces se detenía a pensar en hacía
23 años: cuando las cosas parecían más sencillas y superfluas.
En ese entonces
no le molestaban tantas cosas; hoy en cambio, le molestaba casi todo, incluso
había notado que los sonidos eran lo más despreciable, había notado el sonido
de los pasos de quien pasaba fuera de su casa, del cartero y los vendedores, había notado que su propia
respiración de cuando en cuando se agitaba sin aparente razón.
Le había tomado desprecio a los cuadros y a las fotos: a su
pereza por limpiar, y a su forzada soledad. De vez en cuando el teléfono
sonaba, del otro lado, una voz conocida le recitaba preguntas ensayadas. ¿Cómo
estás? ¿Qué has hecho? Esa clase de
cosas que ya ni a ella le importaban.
A oscuras y en silencio decidía pasar las horas, pocos
placeres quedaban ya, y los pocos que quedaban le resultaban una tediosa obligación.
Si por lo menos hubiera algo que le faltara por hacer… Ella estaba segura de haberlo hecho ya todo, o
por lo menos todo lo que en algún momento le había interesado.
En la cama por las noches, en la cama en que soñaba que
soñaba. No hacía falta despertar otra mañana, y pasaba: puntualmente a penas el
sol alumbraba.