A veces cae a las siete y cuarto, a veces a las 3 menos
veinte. A veces se resguarda bajo la lluvia, o incomoda a los autobuses con besos
apasionados, en las calles y banquetas entorpece el paso y a veces pone seguro a
las puertas de los cuartos. Es la hora de los besos, de los platos acompañados,
de las promesas imposibles, de los gemidos y los arañazos, de los bailes
pegaditos, de juntar los dedos con las manos.
De recargarse sobre los hombros y mirarse directo a los ojos,
de hablar aniñados, de morderse con cariño. Cantando serenatas, dibujando
corazones, pidiendo novenas oportunidades. Es la hora de los celos, de los
mimos, de la demás gente mirando.
Caminan y se deslizan: es como si estuvieran pegados, y el tiempo transcurre con minutos que duran años, y años que terminaron. Las copas chocan y las lágrimas escurren, se sonrojan avergonzados, se acompañan los solitarios.
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