Cuántas cosas podrían pasar en media hora; es que nunca hay tiempo suficiente. Si se hubieran
conocido de otra manera, en otro momento: quizá las cosas serían diferentes.
Es que el temblor de sus manos significaría algo más; esa mirada no escondería un suspiro, y no
habría certeza alguna de lo imposible.
Los impedimentos deberían estar en el pasado, porque la esperanza es nula y en este momento
se desvanece. Cada segundo que condena su paso con un duro sonido, cada parpadeo sutil aunque cierto les
recuerda que lo que pudo pasar no es más que un sueño.
Que a veces las consecuencias son inevitables, y que los
pequeños momentos no bastan para seguir con lo suyo. Esa expresión: nunca hablada pero que conocen,
que les dice que el momento ha llegado. Una
vista rápida al pasado, el último roce de manos, una última lágrima, un último beso…
Allí han quedado, ni
sus manos, ni el anhelo, ni las lágrimas lo han evitado.
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